El “paisaje”, antes de adquirir un significado estético, tenía un sentido jurídico y político. Fue en el siglo XVII cuando se hizo clásica la fórmula de representar un territorio desde un punto de vista elevado, lo que evolucionaría hacia una progresiva estetización del mundo. Pero antes de imponerse esta norma, el paisaje era la provincia, la región. Algo equivalente a lo que nosotros hoy consideramos la comunidad. Es decir, no solamente comprendía la descripción de las propiedades físicas de un lugar, era al tiempo una transcripción de sus recursos humanos y económicos.
¿Y a cuento de qué viene esto?
La primera obligación del fotógrafo consiste en detectar aquellos signos que nos permiten descifrar el mundo en el que vivimos. Algunos historiadores han señalado que leer el paisaje constituyó tiempo atrás un patrimonio común. Artistas, filósofos, arquitectos, médicos, ingenieros, geógrafos… todos compartían una misma percepción de la realidad, se puede decir que participaban de una análoga actitud cognitiva frente a los signos del mundo. Por esta razón el “paisaje” era una idea completa, capaz de integrar aspectos naturales (árboles, rocas, ríos) y aspectos humanos (sanidad, trabajo, economía). Hoy día, los signos del mundo están desparramados. A esta circunstancia -el desparrame de los signos- se le puso el nombre de Postmodernidad y su paisaje comenzó a representarse roto en mil pedazos (René Magritte lo pintó en 1933 como los trozos de cristal de una ventana hecha añicos). Podemos suponer que hoy leer el paisaje resulta mucho más difícil de lo que era entonces. Que nuestro panorama actual es una enorme montaña de escombros y que el trabajo del fotógrafo consiste en disgregar aquellos componentes de información con valor paisajístico (esto es: económico, político, ideológico), frente a lo que no son más que restos de materia insubstancial en descomposición.
En esta ocasión, me ha parecido oportuno incluir este gráfico publicado el jueves pasado en el diario El País. La noticia -os podéis imaginar- hacía referencia a la crisis alimentaria y se pronosticaba otra hambruna en el Cuerno de África. No es una pintura. Tampoco es una fotografía. En la imagen no vemos ningún elemento de la iconografía paisajística convencional: valles, montañas, bosques y acantilados. Sin embargo se perfila con claridad el horizonte de lo que tenemos por delante.
Esto sí es un paisaje. Podemos decir haciendo un guiño al ya mencionado René Magritte, que lo pintó todo.
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