Tras los recortes anunciados por el Gobierno el pasado 11 de julio, NOPHOTO ha decidido documentar la evolución del verano más inhóspito y desalentador de nuestra historia reciente. Por si después de éste ya no hubiera otro. Por si desaparece de nuestras vidas el verano. Este blog narra por tanto un estado de inquietud. Sus contenidos son frágiles y discontinuos, asociados a la naturaleza precaria de los tiempos que vivimos. Pretende describir y rememorar las emociones de esa experiencia en vías de extinción que llamamos verano.

Ante la ley hay un guardián.

Dentro de pocas horas estaré sentado en una mesa de una terraza del centro de Madrid. Delante de mí estará X. y a mi derecha se sentará Z. Nos reuniremos allí gracias a que Z. ha conseguido que X. acceda a hablar conmigo. Es una cita que he imaginado tantas veces que algo extraño deberá suceder para que no esté dentro de las posibilidades que he visualizado. Voy con la intención de comportarme tan frío como un iceberg y ocultando mis ocho novenas partes de dolor ante X., pero una cosa son mis intenciones y otra lo que sucederá.

Es lo último que deseo, pero quizás nuestros reproches mutuos alarguen nuestra cita hasta el infinito. Puede que se haga de noche, que amanezca y que por la mañana nos pille el equinoccio de otoño sentados en esa mesa. Sería un bonito final de novela para el último verano de nuestras vidas. X. y yo discutiendo sobre el honor mientras el verano se escapa.
He dejado hasta esta tarde la puerta de la ley entreabierta. Espero que cuando llegue la noche, yo y X. alcancemos un consenso y pueda por fin escuchar las palabras del guardián de la ley:

“Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.”

La foto no es lo suficientemente buena pero es que no pude acercarme lo suficiente. Entre Robert Capa y yo había un cristal. A pesar de que estamos en situación prebélica me parecía una macarrada romper el cristal de la vitrina de la exposición del Círculo de Bellas Artes para acercarme un poco más. Si me hubiera atrevido, una vez metidos en harina, también habría robado ese carnet de prensa de Capa. Lo usaría de marca páginas y no se lo dejaría ver a nadie. Sería mi tesoro.

Supongo que nuestra generación estará obligada a documentar lo que sucederá los próximos años. La coyuntura actual nos impedirá retener las fotografías en soportes físicos y tendremos que hacer imágenes digitales frágiles que se perderán en la confusión de la batalla. ¿Dónde cargaremos nuestras baterías? ¿Dónde vaciaremos nuestras tarjetas de memoria? ¿Quién encontrará en un futuro nuestra maleta mexicana?

Es evidente que estamos al final de una era, no hay más que observar las señales. Me cuenta Jonás que actualmente una de las operaciones más demandadas de cirugía estética es el blanqueamiento anal. Aunque sepa que el blanqueamiento no sea un invento de estos tiempos me sorprende la noticia, es de locos. Los chicos de mi barrio ya conocíamos que Franco tenía el culo blanco porque su mujer se lo lavaba con Ariel. Así decía la canción escrita por un desconocido que debería ser hoy presidente de la SGAE.

Este verano barriendo en la casa de mi pueblo me encontré dos monedas. Una de ellas era de una peseta con la cara del rey y la otra de cincuenta céntimos con un Franco envejecido. Llevan desde entonces viviendo en el fondo de mi cartera porque las monedas son para el que barre y a la ley de la botella el que tira va a por ella.

Por la mañana he llamado por teléfono a Rajoy para ver cómo va España. Necesito información privilegiada urgente. Estoy esperando ansioso la anunciada desaparición del euro y la vuelta a la peseta. Cuando eso suceda, por breves segundos, seré el hombre más rico de España.

Cuando a mi hijo le preguntaron en el colegio a qué se dedicaba su padre él contestó que a jugar al baloncesto. En su percepción de niño el trabajo es una cita obligatoria y jugar al baloncesto los martes es la única que supo decir de mí. Es cierto que cada vez me cuesta más explicar a qué me dedico. La ausencia de un trabajo fijo y la incertidumbre me obliga a reciclarme constantemente. Como decía la mala Rodríguez lo que vengo a ser es un “Aprendiz de tó maestro de ná”.

Tras volver del verano hoy he hecho el primer encargo fotográfico. Eran unas fotografías para una gran fábrica de papel que edita una revista interna que se edita para los trabajadores. Los posibles lectores son unas doscientas personas y dudo que más de cincuenta realmente la lean. Esta mañana me han llevado a las naves donde guardan el papel usado dispuesto para reciclar. Había periódicos extranjeros llegados directamente desde el aeropuerto, catálogos de grandes almacenes sin desembalar, revistas, coleccionables… El lugar tenía un aspecto de cantera con tantos cubos apilados de papel prensado. He removido las hojas de papel (como hacia Mayra Gómez Kemp con las tarjetas postales de los concursos del Un, Dos, Tres) para extraer un periódico al azar. Me ha dado pena porque estaba lleno de palabras que no habían sido leídas nunca. Palabras que nacen, no se leen y mueren. Así todos los días. Llegará el momento en que todas esas palabras nos reclamaran sus derechos y se levantaran en armas ante todo ese desperdicio provocado por los hombres. Habrá que ponerse cascos protectores en los oídos porque van a hacer mucho ruido.

Leo lleva todo el verano preguntando cuantos días faltaban para el 7 de septiembre. Desde hace meses sabía que ese día comenzaban sus clases en la escuela de fútbol. Ese día ha llegado. Leo estaba tan nervioso que le costaba atarse las zapatillas. Era el único de toda la escuela que no llevaba botas de fútbol y eso me ha hecho sentir bien. Mientras el profesor explicaba las características del curso, Leo se ha sentado en el suelo rodeado de niños con las camisetas de sus ídolos. Aun no los conoce, no sabe sus nombres, pero es muy probable que alguno de ellos llegue a ser su amigo del alma de mayor.

Me he pasado dos horas en silencio viendo al grupo de niños divirtiéndose con una pelota. Los veía a ellos pero estaba jugando yo. Confieso que fui yo quien insistió en apuntarle a esa escuela de fútbol por esa manía egoísta que tenemos los padres de reflejar en los hijos nuestras ilusiones.

Dicen que fueron los mismos mayas que ahora nos tienen en jaque, los precursores del fútbol con su juego de pelota. Yo no creo que sea así, pienso que el dar patadas a una pelota está dentro del ADN humano. Como si la pelota fuera la Tierra y expresásemos con esas patadas nuestra rabia de no poder salir nunca de ella.

Lo peor de la vuelta al cole era que cuando llegabas al barrio mis amigos tenían muy avanzada la colección de cromos de fútbol. Yo llevaba tres meses aislado en las montañas y ellos ya estaban aburridos de observarlos, se inventaban juegos con los cromos repetidos. Les habían perdido todo el respeto mientras que yo miraba emocionado esos trozos de papel con caras de futbolistas desconocidos.

Lo mejor de la vuelta al cole era forrar los libros y preparar el material escolar. Me gustaba el cole. Yo era de los que en verano, a pesar de aprobarlo todo, me compraba el Vacaciones Santillana por placer. ¡Hay que ser gilipollas!

A pesar de que nunca entenderé el cambio de nombre de Ciencias Sociales por Conocimiento del Medio, hoy me he presentado voluntario a comprar el material escolar de mis hijos. He ido a la única papelería clásica que existe en Malasaña. En la puerta en un gran cartel anunciaban que la subida del IVA no afectaba a los precios. La profesora de Leo le ha pedido tres botes de pegamento de barra. Yo sólo le he comprado uno. He pensado que como en Diciembre dicen que se acaba el mundo no me quiero arriesgar a que se seque el pegamento en la cartera de Leo tras el Apocalipsis. Luego ya, si es una falsa alarma, pedimos a los reyes magos los dos pegamentos que nos faltan.

Ante la ley hay una puerta.

X. ha conseguido que este sea el verano más insomne de mi vida. Tenía miedo de regresar después del verano a Madrid porque si no recibía respuesta de X. a mi ultimátum, en breve tendría que iniciar los trámites para atravesar la puerta de la ley, la única escapatoria que X. me dejaba.

X. después de lo que me hizo, me había negado el derecho de palabra y sólo he podido hacer llegar mi mensaje a X. a través de la ayuda de Z. En realidad lo he hecho por Z. porque es muy amigo de X. y le ponía triste la situación que se había creado. Yo también era muy amigo de X. hasta que pasó lo que pasó. Ahora quiero tener a X. lejos de mí.

Justo cuando iba a atravesar la puerta de la ley Z. me ha dicho que X. está dispuesto a hablar. Hemos establecido una cita el día que acaba el verano porque ahora Z. está en el sur y X. debe estar por el mundo con lo que creamos X. y yo.Tendré que escuchar las palabras que X. va a decirme. Espero de corazón que lo que escuche me impida atravesar la puerta de la ley.

Siempre que cargo el coche al final de cada Agosto para regresar a Madrid empieza a sonar la canción El final del verano del Dúo Dinámico. Esa canción aparece en el último capítulo de Verano Azul, cuando todos los niños que han pasado mil aventuras en Nerja regresan a su casa en la ciudad. La serie Verano Azul es la mejor enciclopedia que se ha escrito sobre el veraneo de unos niños.

Mi personaje preferido era Quique porque me recordaba a mí. Un niño con un poco de michelín que pasaba desapercibido en un grupo en los que todos tenían una habilidad o cumplían un rol. Quique no era nadie, todos recuerdan a Bea, a Javi, a Tito, a Desi, a Pancho o al Piraña pero todos han olvidado a Quique. Para mí Quique era el personaje más misterioso, siempre me han atraído los pringaos.

Una vez hablando con un fotógrafo amigo mío me dijo que Quique el de Verano Azul era su tío. Insistí mucho en que quería conocerle y una vez mi amigo invitó a su tío a unas proyecciones de fotografías que organizamos en Gran Vía. Cuando reconocí a Quique salí corriendo hacia él y le abracé muy fuerte diciendo “No sabes lo que has significado para mí”. Quique se quedó flácido y su mujer me miraba sorprendida y asustada, ella decía que nunca nadie le había reconocido.

Quique gestionaba unas zapaterías y su mayor afición era la fotografía. En la fotografía acabamos todos los fracasados, Peter Parker también. Hoy muchos fotógrafos regresamos a Madrid para afrontar un futuro incierto en el que no sabemos cuáles serán las nuevas reglas del juego una vez consumido el verano.

Cuando construyeron la Torre Eiffel los artistas de su época dijeron que aquello era un monstruo de hierro. Ahora no conozco a nadie que no le guste. Está claro que o estamos todos locos o tenemos tendencia a mantener poses.

La última vez que subí a la punta de la torre creía que aquella cápsula iba a llegar al cielo. En mis cálculos habíamos sobrepasado con creces los 330 metros. Es increíble que aquella estructura la hubiera imaginado un ser humano y aun más increíble que esa persona convenciese a otros de que era posible de realizar.

Esta mañana hemos construido en familia una puzle en 3D de la Torre Eiffel. Nos sentíamos como Gulliver observando el crecimiento lento de la torre. Cuando llegábamos a la coronación me he puesto decimonónico, he colocado un falso bigote con un dedo arqueado sobre mi boca y he pronunciado solemnemente unas palabras: “Es un pequeño paso para la humanidad pero un gran reto para una familia”

Las bicicletas y Julio Verne son para el verano. Los paseos en bici y las aventuras de Verne que leíamos durante las siestas, tienen una relación cercana porque fueron nuestro primer contacto con la libertad.

Esta mañana en la bici me he puesto el audiolibro de Viaje al Centro de la Tierra. Pedaleaba a muerte cuando el profesor Lidenbrock, su sobrino Axel y el islandés Hans se quedaban sin víveres y en la más completa oscuridad en las profundidades de la Tierra. Lo que mola es que sabes que escaparán de semejante situación, que lo imposible se realizará.

La bicicleta ha pasado junto al yacimiento Paleontológico de Pinilla del Valle. Allí encontraron los únicos restos de Homo Neandertalensis de la Comunidad de Madrid. El lugar es una especie de Atapuerca a la madrileña donde los paleontólogos han descubierto huesos de rinocerontes, uros, tigres o hienas de las cavernas. Emocionado por esos datos que conozco e inspirado con el sonido que emiten mis cascos redirijo la bicicleta hacia la Cueva de la Buena Pinta que así se llama el lugar. Sólo tengo unas pocas galletas, una linterna y un bidón de agua de la bici, pero con este mínimo equipaje me dispongo a emprender una gran aventura y sólo espero que cuando regrese a la superficie el mundo se haya arreglado.

Mis relaciones con la caza siempre han sido en verano y siempre han estado inducidas por mi entorno. He tenido encuentros con renacuajos, serpientes, lagartijas, conejos, jabalíes, rabilargos o ardillas. No puedo presumir de haber sido un buen cazador aunque genéticamente estaba sobradamente preparado. Los animales siempre me han dado pena y miedo y podría definirme sin vergüenza como un auténtico cobarde.

Hoy mi cuñado Marcos se ha llevado a los niños a cazar cangrejos al río. Los cangrejos de río tienen una historia paralela a la de los hombres. Primero los arroyos estaban ocupados por los cangrejos autóctonos. Después se introdujo en el ecosistema el llamado cangrejo americano y acabó con el autóctono. Ahora un nuevo cangrejo llamado señal ha echado al americano. Después vendrá otro cangrejo más fuerte y luego otro y así toda la vida. Los hombres, como los cangrejos, desde el principio de la evolución nos hemos dedicado a invadir otras tierras y a joder a los demás. Así ha sido siempre y así será.

En muchas zonas se permite cazar el cangrejo señal. En realidad es una maniobra para exterminarlos. Nadie tiene pena de una especie invasora como esta que además es caníbal. Nosotros hemos cogido los cinco cangrejos y los hemos soltado unos kilómetros hacia abajo en el río Lozoya. No los hemos matado pero los hemos condenado a un exilio forzado en un tramo de río desconocido para ellos. Ha sido una maniobra parecida a la que los hombres hicieron con Moisés.

Los ocho metros cúbicos de la piscinita que hizo mi padre en el huerto estaban hoy más concurridos que nunca.

Mi abuela Benita tiene 96 años. Ahora vive en una residencia situada en un pueblo que se llama El Álamo y cada vez que voy a visitarla creo que me voy a encontrar con el Séptimo de Caballería.

Mi abuela nació en una choza de cabreros construida con ramos a los pies del monte de Guisando. En ese mismo lugar cuatro siglos antes, una joven de 17 años fue nombrada heredera al trono de Castilla. Esa mujer se convertiría en Isabel La Católica y en su reinado se gestaría el gran imperio español. El padre de mi abuela no pudo dejarle ningún reino. Era el hijo bastardo de algún rico y fue abandonado en el Real Hospicio de Madrid. Allí se le impuso el apellido común de Aparicio que se le daba a todos los desheredados.

Hemos traído a mi abuela unos días al pueblo. Mi prima la ha llevado en un 4×4 a la sierra para que vea la diminuta casilla de piedra en la que vivió tantos años y en la que nació mi madre. Apenas reconocía ya el lugar. Le he enseñado fotografías hechas con mi iPhone. Me ha parecido que intuitivamente ha intentado ampliar la imagen desplazando sus dedos por la pantalla. Después me ha comentado algo que me hace pensar que mi abuela esconde secretos de espía:
“ ! Hacen cosas que parece que son mentira!…! Pero que no harán si han conseguido el hombre artificial! ”

Hoy estoy seguro que Neil Armstrong no volverá a bajar por la escalerilla del módulo lunar. Ahora tendrá tiempo de sobra para hacer brochetas con los elementos del espacio interestelar.

El 15 de agosto el tren hotel Lusitania que unía Madrid con Lisboa pasó por última vez por esta estación de Arroyo de Malpartida en Cáceres. Desde esa fecha el Lusitania hará un camino más largo hacia Lisboa a través de Salamanca. Decisiones empresariales y políticas que desarrollan zonas y hunden en la misería a otras. Parece que se avecina la muerte para el mítico poblado ferroviario orgullo de Extremadura que llegó a albergar a mil personas y que en la actualidad sólo tiene cuarenta que añoran en sueños el sonido del chirriar de las vías.

Los clientes de los fotógrafos están desapareciendo. El tiempo libre nos hace buscar formas alternativas de buscarnos la vida o de costearnos las vacaciones. Hace un mes mandé una fotografía hecha desde una ventana a un concurso de un programa de radio. El premio para la mejor foto era dos noches, una cena y una sesión de SPA en un hotel de lujo. Resulta que me tocó y ahora estoy disfrutando del premio en Cáceres.

Junto al hotel hay un campo artificial de nidos de cigüeñas. Están vacíos como esas ciudades fantasmas que en España proliferaron con el boom inmobiliario. La crisis no respeta ni a las aves, todas las cigüeñas han sido desahuciadas porque no podían pagar el alquiler.

Yo no creía a los mayores. Por mucho que me aseguraran que aquello era un depósito de agua yo estaba seguro que era el modulo lunar del Apolo XI y que llevaba allí desde 1969. Me quedaba por las tardes mirándolo esperando que descendiese Neil Armstrong por la escalerilla.

A la casa de mi abuelo al otro lado del embalse sólo puedo ir una vez al año, porque cada rincón tiene una historia y el ruido producido por todas ellas me vuelven loco. Allí debajo de la higuera están congelados los veranos de mi infancia. Nada ha cambiado, todo está en la misma posición; como si las piedras, los hierros oxidados y las casas derrumbadas formaran las estanterías del museo de mi vida.

He paseado con mi padre por las fincas muertas en las que se instalaron mis antepasados hace más de cien años en busca de un territorio que colonizar. Posesiones que se dividieron en delirantes trozos de terrenos entre hermanos que tenían a su vez familias numerosas. Mi padre sabe reconocer las señales de las lindes de las parcelas de mi abuelo, cruces rascadas en el granito, comidas por el musgo. Mojones irreconocibles en el paisaje que me intenta transferir. Son terrenos con pendientes imposibles, lugares olvidados con decenas de casas inacabadas de aquellos primos que soñaron con volver a los orígenes, que se imaginaron un día regresando al reino del cardo y la víbora.

Sólo una cosa ha cambiado. Por la noche, bajo la higuera, ya no están las teas encendidas, un generador ilumina tres bombillas que dan al espacio un aire de verbena. He pedido a mis tíos que contaran a mis hijos de nuevo como fue la nave espacial que vieron sobre las montañas. El relato ha sido idéntico. Luego hemos hablado de maquis, del mítico maquis Ángel y su figura recortada a contraluz levantando su metralleta al aire y de la noche que sonó una orquesta invisible por el valle. Historias que la higuera ha escuchado mil veces y que sólo deja que se cuenten debajo de ella.

El mejor amigo de mi hijo en el pueblo se llama Oscar. A sus nueve años es la estrella futbolística local. Con la pelota en los pies tiene mil recursos para salir de situaciones comprometidas. Es impresionante asistir a sus maniobras, me he divertido más viéndole jugar que en cientos de partidos de primera división. A mí me recuerda los videos de Messi de pequeño que rondan por Youtube. Siempre bromeo con él que seré su representante cuando llegué al Real Madrid y estoy detrás de firmar con él un precontrato en una servilleta de bar.
Hoy los de Protección Civil de mi pueblo han organizado unas jornadas para que los niños limpien las orillas del río de basura. Intentan concienciarles sobre el medio ambiente y a los que participan les regalan una barra libre en los castillos hinchables. Antes les daban también un refresco pero este año la crisis ha matado el presupuesto. Durante la limpieza de las orillas yo estaba encargado de un grupo de diez niños entre los que estaba Oscar. Teníamos que hacer una batida en un tramo de río entre el Puente Romano y la Barranca. Un primo mío le ha preguntado a Oscar que porque quería ir a recoger la basura al río y él le ha contestado que porque te dejaban montar en las colchonetas. Mi primo le ha vuelto a preguntar que es lo que él haría si le dejaran montar en las colchonetas a cambio de que arrojase latas viejas al río y él ha contestado sin dudar: “Tiraría las latas al río”

Debajo de mi casa de Madrid un día llegó un chico que se llamaba Oscar y que venía desde Londres. Quería montar una tienda en el local vacío que había en los bajos. Los de la comunidad de vecinos estábamos preocupados porque no queríamos otro bar en nuestro edificio, pero lo que Oscar venía a hacer nos gustó a todos. En el local de la calle Colón creó un lugar dedicado a la encuadernación llamado La Eriza que parece sacado de un delirio de Alicia en el País de las Maravillas. Se ha hecho tan famoso en Madrid que si quiero encontrarme con amigos fotógrafos sólo tengo que bajar al portal.
El día 31 de Julio de este año Sebastián y yo dimos por finalizado el periodo de reformas del libro sobre los Modlin que llevaba dos años escribiendo. Nos pusimos una fecha tope y lo conseguimos. En un par de días maqueté el libro con las fotografías y compuse un prototipo por pliegos de cómo quería que fuese el libro. Entregué las hojas a Oscar dándole total libertad para la encuadernación. Oscar utilizó en las tapas un papel que imitaba la piel de la manta raya. También impregnó las cubiertas con un espray fosforescente de los que usan los grafiteros. Ahora cuando el libro descansa sobre la mesilla de noche y apagas la luz el libro queda iluminado y hasta parece que palpita. Oscar había captado a la perfección que aquello era un libro sobre fantasmas.
Como nunca había escrito un libro, Sebastián y yo teníamos algunas dudas, y antes de pasárselo a la editorial, hemos decidido dar a leer el libro a tres personas este verano. Queremos hacer una muestra pequeña de la opinión de un lector medio. Una de esas personas es Isabelle que se lo ha leído de un tirón mientras yo me echaba la siesta.
Como el libro es un libro Apocalíptico no me extrañaría nada que el propio Apocalipsis lo arrastrase y nunca saliera a la luz. Sería un final lógico para la familia Modlin perseguida por el fracaso hasta el fin de sus días. A mí ese prototipo del libro que ha encuadernado Oscar me consuela, poco me importa que llegue a reproducirse de forma masiva. Pienso comprar para él una pequeña caja fuerte que incrustaré en mi habitación y a la que esparciré un bote entero de espray fosforescente.

Cuando el 6 de Agosto de este año la nave de exploración Curiosity aterrizó sobre la superficie marciana, yo lo vi claro. Estaba seguro de que la NASA estaba preparando una evacuación masiva de humanos hacia el planeta rojo.
Las primeras imágenes que se recibieron desde la nave me recordaron a los paisajes de mi infancia del Pantano del Burguillo. En los veranos, yo jugaba entre las piedras incoloras de un territorio sin vida sumergido durante el invierno bajo las aguas del embalse. Mi abuelo vivía al otro lado del pantano y para verle teníamos que ir en una barca azul. Pasé muchos veranos allí aislado, sin electricidad, ni agua corriente. Aquello era un territorio aislado donde se abonaron mis fantasías. En el pantano nunca se discutió la existencia de vida extraterrestre. Según nos contaban junto al fuego, muchas veces habían visto naves espaciales atravesar el valle a toda velocidad.
Como yo quiero ir en la primera remesa de colonos que la NASA envíe a Marte, esta tarde he empezado la preparación física de mi familia para el ambiente hostil marciano. Les he hecho correr en bañador entre las piedras del pantano en condiciones de calor extremo y ausencia de oxigeno. No sé cómo solucionar el tema de la ingesta de líquidos, pero estoy seguro de que la NASA ha pensado en algo.

En el verano de 1969 mi suegro Marc viajó en autostop desde Bruselas a Almería. Perseguía a su novia que era hija de unos inmigrantes andaluces que vivían en Bélgica y pasaban el verano en su pueblo. Puso tanto empeño que llegó antes que ella que viajaba en tren con sus padres. Marc cuenta que su visita al pueblo coincidió con la llegada del hombre a la luna y que sacaron a la calle las pocas televisiones en blanco y negro del pueblo para ver el alunizaje. Él siempre se mofa de que cuando el hombre llegó a la luna no encontró nada y cuando él llegó a España encontró una familia. En cierta forma estoy conectado con la carrera espacial porque ahora esa familia es la mía. Por eso todos los veranos en Cantoria mi hija se viste de gitana para asistir a las carrozas. Este año con la crisis el ayuntamiento sólo ha suministrado una carroza donde iban la Miss Cantoria flanqueada de sus damas de honor. La crisis tiene sus cosas buenas porque los del pueblo han previsto el problema y han tuneado un montón de vehículos particulares. Aquello parecía la feria del Rocío. Como yo no he tuneado nada, mi hija se ha tenido que montar en un tren que hacía de cola del pelotón. Allí iba Carmela con su pinta de sueca vestida de traje de volantes. Parecía una extranjera como lo parecemos todos en cuanto salimos del barrio.

He visto los primeros indicios de las plagas anunciadas en la Biblia.
La plaga de los insectos ya está aquí. La fotografía de los años 20 que llevaba colgada toda la vida en el salón de la casa de Isabelle en Cantoria está siendo comida por los bichos. Es una foto coloreada de su abuela con su hermana, tiene un marco precioso muy de la época. Cuando entro en la casa todos los veranos me gusta observarla y este año he empezado a percibir unos ligeros mordisquitos por todos lados.
Estos malditos bichos no respetan nada. Han empezado por las fotografías que son la mejor y más barata forma de borrar la historia.

_ Papá, ¿Qué significa esa bandera blanca encima del castillo?
_ Leo, esa bandera significa que España se ha rendido


La cosa se empieza a poner jodida cuando ves a tus héroes caer.


Si de verdad este es el último verano, a mí plin, porque anoche hice una de las cosas que me faltaban por hacer antes de morir. Ayer pasé la noche en el Pimpi Florida, el mejor bar que se pueda imaginar. Lo que allí ocurre todas las noches es muy fácil de predecir y muy difícil de explicar. Ese lugar es la obra maestra de un genio que ha conseguido un agujero negro de felicidad manejando muy pocos elementos: un bar estrecho, música, marisco y vino blanco fresquito. Todas las noches se repite el ritual, la gente hace cola para disputarse unos centímetros cuadrados de suelo en los que durante cinco horas será la persona más feliz del mundo. Como dice su dueño:
“Aquí la crisis ha pasado de largo”

A excepción del 25 de Julio de este mismo año en que metí cuatro goles jugando al fútbol, el día más importante de mi vida fue sin duda cuando me pusieron gafas. Mi profesor de 4º de EGB le dijo a mi madre que yo no veía la pizarra cuando me ponía en las filas de atrás y me llevaron al oculista. Recuerdo aquel viaje en autobús con mis gafas nuevas desde el ambulatorio de Alcorcón. Miraba a través de los cristales los carteles luminosos, podía leerlo todo. Me sentía descubriendo como era el mundo en realidad, un mundo que había estado delante de mí pero al que había permanecido ajeno. Desde entonces nunca me quito las gafas, salvo cuando me voy a bañar. Cuando me baño soy un completo cegato y la gente que me saluda de lejos en la piscina me toma por un antipático, pero es que yo no sé quiénes son esas figuras borrosas.
Ayer sin embargo mi vida cambió. Ayer me compré unas gafas de bucear y comprobé que los cristales de las gafas de bucear corrigen mi miopía. No sé como nadie me había avisado antes de este hecho que debería ser conocido y predicado en foros de miopes. Debajo del agua el mundo se me hizo sorprendentemente nítido. Observaba a mis hijos moverse lentamente en el espacio interestelar y veía con precisión microscópica la más mínima burbujita. Parecían astronautas reparando una nave.
Ahora que el mundo se acaba para mí empieza el descubrimiento del mundo submarino con muchas más posibilidades que esté de arriba que está lleno de números. Ante mí se abren las posibilidades de observar cachalotes, belugas, peces abisales y krakens. Mi primera decisión ante esta nueva universo por descubrir ha sido fácil: mañana me voy al mar.

Supongo que cuando llegue el Apocalipsis habrá un lío de cojones. El Apocalipsis necesita mucha organización y me lo imagino con gente yendo y viniendo con papeles en todas direcciones. Hay que probar quien ha sido malo y debe ir al infierno y eso no puede hacerse al tuntún. Con tanto lío, habrá tiempos muertos y será fácil pasar desapercibido. Seguro que podré sacar un momento para ir a bañarme a la isla como llevo haciendo desde el día en que nací. En la isla las guerras, las dictaduras, ETA y la prima de riesgo no existen. Lo malo es que un funcionario del Apocalipsis pasé por casualidad por allí y lo confunda con el paraíso. Si eso sucede estamos perdidos.

Durante la fiesta del sábado pasado un camarero del catering muy agradable no paró de servirme bebida con una sonrisa. Me caía bien, era un tipo corpulento y estuve a punto de hacerle la gracia de que me pareció haberle visto en el desfile de la inauguración de las olimpiadas de la noche anterior. A mitad de la fiesta el camarero incomprensiblemente salió disparado a la piscina se tiró al agua y luego escapó desnudándose y gritando que le perseguían unos tipos de Cuatro Caminos y que querían matarle.

La escena fue quijotesca. Fuimos a buscarle por la urbanización y nos le encontramos subido en lo alto de un tejado gritando frases incomprensibles. Aquello se escapaba a toda razón. Hablaba de Dios y de gente que no conocíamos. Los Guardias Civiles que le bajaron del tejado dijeron que había tenido una crisis psicótica. A mi sus palabras me hacían pensar que había sufrido una traición y que la desesperación le había llevado a comportarse así. La traición puede llevar a cometer locuras y ninguno estamos liberados de la traición. Están sucediendo a mi alrededor cosas muy extrañas a las que no soy capaz de dar sentido.

Mi padre dice que de pequeño no pasó hambre pero si necesidad. Cuenta que de niño, cuando se iba con las cabras al monte, se llevaba para todo el día un cacho de pan y un cacho de tocino “!Y cuando había tocino!”… acaba exclamando siempre.

Sus experiencias infantiles le han generado un miedo al hambre y desde que tengo conciencia en el pueblo tiene un huerto sobredimensionado que puede abastecer a diez familias. Según está la cosa con la maldita crisis, hoy más que nunca entiendo que mi padre es un visionario. Estos días sacamos calabacines y unos pepinos que están de llorar. Queda una semana para empezar a recoger los primeros tomates maduros. Este año mi padre se queja que en los tomates no han cuajado muchas flores. Le he preguntado que si cree que la crisis también tiene que ver en esto y me ha contestado “Pregúntale a Rajoy”.

Por mucho que observo el huerto, lo encuentro escrito en un lenguaje que desconozco. Mi padre no ha perdido la esperanza de que algún día yo lo cuide, aunque ya le veo que dedica más esfuerzos en transmitir sus enseñanzas a mi hijo que a mí mismo. El otro día me dijo señalándome dos pequeños surcos de tomates: “Cuando yo guiñe el ojo, con un trozo como este tenéis tomates de sobra para todos vosotros”.

Que nos importaba a nosotros la crisis aquella noche del 1 de Julio, nos daba igual que España se hundiera en el fango economicamente porque por una noche volvimos a ser los dueños del mundo. Habíamos enterrado definitivamente los sueños de la infancia que nos decían que no lo íbamos a conseguir jamás. Incluso asumimos como nuestra aquella combinación de colores que siempre rechazábamos. Me eché con mis amigos a las calles de Madrid para abrazarnos con desconocidos en una explosión absoluta de felicidad.