Tras los recortes anunciados por el Gobierno el pasado 11 de julio, NOPHOTO ha decidido documentar la evolución del verano más inhóspito y desalentador de nuestra historia reciente. Por si después de éste ya no hubiera otro. Por si desaparece de nuestras vidas el verano. Este blog narra por tanto un estado de inquietud. Sus contenidos son frágiles y discontinuos, asociados a la naturaleza precaria de los tiempos que vivimos. Pretende describir y rememorar las emociones de esa experiencia en vías de extinción que llamamos verano.

Empezábamos el verano preguntándonos sobre las posibilidades de la fotografía para rescatarnos, o al menos salvar el recuerdo de este último verano. Por si después de éste ya no hubiera otro.

Precisamente rescate ha sido una de las palabras más leídas y escuchadas este verano, y la otra recorte, que imagino es como querían referirse en realidad al correspondiente secuestro.

Llega el final del verano y leemos que los duques de Edimburgo han conseguido que los jueces secuestren urgentemente unas fotografías. Así es que algo de valor tendrá la fotografía. Claro que sólo se trata de los pechos de una duquesa al descubierto.

 

Hoy encontré una imagen de hace algún tiempo, de cuando la construcción, el ladrillo le dicen ahora, era el estandarte, el mascarón de proa de una economía, que tuvo, como el Titanic, su iceberg.
Solo que ahora parece como si hubiese sido el pasaje el único en empeñarse en no verlo. Y ni el capitán, ni la tripulación, ni siquiera los músicos, hubiesen tenido nada que ver en esa película.

“La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro”

Cuando despertó la crisis todavía estaba allí.

 

Cuentan que para hacer llorar a los niños de la foto,les daban caramelos que les arrebataban posteriormente.
Con estos retratos, Jill Greenberg quería reflejar la frustración que sentía con la administración Bush y con el fundamentalismo cristiano en los Estados Unidos.
Deberíamos llamar a la autora para unos nuevos retratos, los de todos los ciudadanos que se sienten estafados con lo que les están quitando en estos días, y no son precisamente golosinas.

Veintinueve de agosto, cincuenta mil participantes, ciento veinte toneladas de tomates, cinco caminones, cuatro mil japoneses, mil australianos, trescientos mil euros.
Cifras y más cifras para una desmesura de tomate en Buñol.
No tengo cifras sobre el tomatazo que corona la rotonda, esos lugares habituales de la desmesura escultórica en estos tiempos.
Lo que parece seguro es que necesitamos una catarsis, aunque sea ésta la del tomatazo.

ARGIFRAN era el nombre del primer cine al que entré, siendo muy niño. No era un nombre cinematográfico, no hacía alusión a ninguna película clásica o actor famoso. Simplemente era el acrónimo de Argimiro y Francisca, mis tíos y padrinos, que lo regentaban.

Me acuerdo que mi tío contaba siempre que llevó la luz al pueblo. Tampoco lo decía como una metáfora de haber llevado la cultura o al menos el entretenimiento, sino que literalmente había llevado la luz al pueblo, pues con el cine llegó la primera línea de energía eléctrica.

Aquel era un lugar mágico, en el que yo me divertía en la sala de proyección rebobinando cintas o recogiendo los trocitos de películas sobrantes de los cortes y empalmes, y los restos de los carbones que utilizaba la impresionante máquina, al menos  desde los ojos de un niño, para llenar de luz la pantalla. Aquel también era el lugar en el que los reyes magos recogían cada año las cartas de los niños con sus pedidos de juguetes.

El cine cerró, por falta de espectadores, en alguna crisis lejana en el tiempo y ahora sólo queda un espacio vacío, donde antes estaban las butacas de madera, con los restos de los cascotes del techo que se hundió.

Si hacemos caso a algunas informaciones muchos otros cines que ahora conocemos cerrarán y acabaremos utilizando el titulo de la canción de Aute para referirnos a gran parte de las salas donde vimos hasta hace poco esas películas que tanto nos gustaron y las que no tanto, esa obra de teatro que nos impresionó o nos aburrió, y los conciertos que recordaremos siempre u olvidamos nada más salir.

Que no cunda el pánico. Siempre nos quedará el interés general, la tristeza de algunos como noticia y colgar banderas en los balcones.

Como cada año por estas fechas las carreteras de ciertos lugares de Extremadura se tiñen de rojo, pero esta vez por un motivo de celebración. Son los tomates que caen de los camiones que los trasportan y son aplastados por los vehículos a su paso.
Algunos quedan en la cuneta como muestra de una extraña abundancia en estos días.

Jóvenes con exceso de curriculum para encontrar trabajo, diputados que las pasan canutas con un sueldo mensual de 5000 euros, recorte de prestaciones para estimular la búsqueda de empleo, familias tipo que ganan 8000 euros al mes con ayudas a desempleados.

En ocasiones parece que no sólo hemos perdido el norte económico, sino el respeto a la inteligencia.

Los mercados de abasto no suelen salir en las guías de viaje, a no ser que hayan sido tocados por la varita del diseño o lo pintoresco, según las circunstancias.
Cuando viajo a una nueva ciudad me gusta recorrer alguno de sus mercados.

Un mercado de abastos siempre es un mundo lleno de historias, de ecos de las voces que lo han poblado y siempre merecen que prestemos atención y nos tomemos un tiempo para escucharlas y escudriñar sus rincones.

El mercado de San Fernando, en Lavapiés, se estaba vaciando de esas voces y esas historias. Pero con un poco de ganas y otro poco de imaginación empieza a poblarse de nuevas voces que hablan de libros, relojes y salchichones en el mismo plano.
Girondo dixit.

Los veranos de mi infancia, esos veranos eternos, los pasábamos en el pueblo de mis padres. Nuestra casa, la de mis abuelos a los que no conocí, estaba en una plazuela con una fuente de caño en el medio. Allí iban las señoras a por agua para lavar y fregar. El agua para beber había que ir a buscarla algo más lejos, al pozo encalado, que sabía mejor. Aunque a nosotros no nos importaba beber del caño de la fuente. Y mojarnos. Sobre todo mojarnos. Aún cuando nos bastaba dar unos pasos para llegar a casa y beber del botijo o de la tinaja, con una taza de metal esmaltado desportillada.

El progreso, en forma de farola y jardincito alrededor, desplazó la fuente a un costado de la plaza. Para entonces prácticamente todas las casas tenían agua corriente y al caño de la fuente solo iban los niños a beber y a seguir empapándose, para disgusto de sus padres.

En Madrid han desaparecido o dejado de funcionar una gran cantidad de fuentes. Aquí el grifo de casa, las tinajas y botijos son historia, no está tan cerca para saciar la sed y hay que recurrir  a un bar o la compra de agua mineral. Tampoco es habitual ver a los niños jugando a mojarse en una fuente, ni a sus padres disfrutando de un espectáculo que les trasporta su infancia al menos por unos preciados momentos.

Martín tiene seis meses y le gusta jugar con papeles. Los que más le gustan son los periódicos porque se arrugan y puede hacerlos trizas fácilmente. Y dentro de los periódicos, sus preferidas son las páginas de economía, debido seguramente al color.

Al igual que Martín a muchos la economía les parecía un juego. Un juego que tenía muy pocas reglas. Cada vez menos. Y no andarían tan desencaminados, pues como en los juegos de niños, algunos acaban con llantos.

Y ahí nos vemos, como los niños, buscando consuelo e intentando señalar al culpable de entre los que jugaban y nos hicieron daño. Con la certeza de que esta vez nos quedaremos sin gallifantes.

Recuerdan cuando nos dijeron que los mercados habían fallado a causa de la desregulación y que había que refundar el capitalismo y evitar que se produjese de nuevo una especulación sin límites que nos arrastrase a una crisis económica como ésta. No lo decía cualquier indocumentado, sino los señores Obama y Sarkozy, todo unos señores presidentes, a los que le siguieron algunos más.

Pues parece que el mercado no se dejó regular ni mucho menos refundar, y por ahí andan algunos afirmando que fueron los mercados los que se impusieron a los gobiernos. !Lo que hay que oir!

Así es que, como reza el cartel, los fallos también tienen premio, ya que después de correr en auxilio de esos mercados en peligro de quiebra a los que no pudieron imponer nada, los gobiernos han tenido que ponerse a regular a sus votantes, y a los que no les votaron también. Y parece que ni unos ni otros  son los agraciados con el premio. Eso sí, nos regulan siguiendo las recomendaciones de los mismos mercados que provocaron la crisis o de aquellos que parecen hablar por boca de ellos.

Mientras tanto aquí estamos, asistiendo atónitos a la entrega de premios.


“¿Cómo puedo no conocer hoy tu rostro mañana, el que ya está o se fragua bajo la cara que me enseñas o la careta que llevas, y que me mostrarás tan sólo cuando no lo espere? “
Javier Marías

 

Hasta hace poco nos habían hecho creer que el Banco de España era una gran institución. Al menos nuestras madres echaban mano de ella para responder a nuestras peticiones de dinero con esa frase tan lapidaria de “¿te crees que soy la dueña del Banco de España?”.
Ya imaginábamos que no, que nuestra madre no era la dueña, pero tampoco ahora tenemos muy claro quién o quienes son los dueños o cuál es su función, ya que nos hacen mirar continuamente a más altas instancias bancarias para acto seguido decirnos que tampoco ellos son los que tienen la máquina de hacer dinero o que estén dispuestos a emplearla para nosotros.

No conocemos el rostro de los que nos gobiernan bajo el nombre de mercados. Mientras tanto sí vemos los rostros de los que dicen gobernarnos, con sus caras de estupor ante las decisiones de los otros.
Es posible que dentro de poco pidamos que los periódicos muestren pixeladas las caras de los ministros y subsecretarios del ramo, para protegernos de tanto estupor y tanta dosis de realidad que no esperábamos.

Cambia la música. Cambian las palabras. Empezamos a hablar de emigración en lugar de inmigración. Y muchos tienen que pensar en irse con la música a otra parte.

Maira llegó a Madrid un 31 de diciembre de hace año y medio. Es fotógrafa y cantante, y acaba de publicar un maravilloso librito de fotografías titulado Este Seu Olhar (Esta mirada tuya).
Ahora vuelve un par de meses a Sao Paulo, donde nació, pero no sabe si a la vuelta será España su lugar de residencia o tendrá que irse a otro país.
Las cosas se complican para un colectivo ajeno a la crisis.

No sé si esta fue la última foto de su último verano en España o fue ella la que me fotografío desde su tatuaje.

 

Ya sabemos que hablamos de economía (“es la economía estúpido”) y que bastante nos ha costado , sino entender qué es, al menos incorporar la prima de riesgo a nuestras conversaciones. Así es que no es cuestión de seguir con el resto de términos que pueblan las ciencias (?) económicas.

Pero una cosa es esa y otra bien diferente llevar la crisis al lenguaje, y los recortes al significado, hasta sus última consecuencias. Así, cuando los titulares repiten con insistencia cosas como “haremos lo que tengamos que hacer” o “no podemos gastar más de lo que tenemos” miramos fijamente las fotografías que los acompañan, en busca de algún significado por pequeño que sea este, y que no encontramos en lo escrito.

Y a fuerza de mirar entendemos que si alguien empuja es posible que inmediatamente alguien o algo se caiga, sea esto último un símbolo o una bandera de gran tamaño. O que si alguien se tapa la nariz, hablando precisamente de economía, es que algo puede oler a podrido.

Sigamos atentos a las señales procedentes de los lenguajes no verbales, los más frágiles, pero sin duda los más hermosos, como dijo alguien más.

Desde que decidimos que el nuestro era un mundo globalizado, y que las pobres mariposas chinas podían provocar con su aleteo un Tsunami al otro lado del mundo, asumimos que todo está conectado.
Así es que relacionar la crisis económica con la falta de triunfos y medallas olímpicas de nuestros deportistas ha sido cosa de sumar dos y dos.
Pero las consecuencias de un cambio mínimo en las banderas colgadas de los balcones de nuestro vecindario puede tener efectos imprevisibles, si no al otro lado del mundo, sí en la propia calle.

Permanezcan atentos al medallero olímpico y a los balcones de sus vecinos.

En estos días de hombres de negro y oscuros poderes que se comportan irracionalmente (o eso nos dicen), parece que los culpables son otros y los que pueden dar la solución también están en otra parte. Una solución aplazada a un futuro que no sabemos cuándo llegará.
Como en la canción de Los Planetas ‘Que no sea Kang, por favor’

“… y los malos van venciendo.
Y si alguien del futuro
casualmente oyera esto,
que venga a salvarnos”

Mientras tanto el fuego renace como todos los veranos, en eso este ultimo verano no es una excepción.