Tras los recortes anunciados por el Gobierno el pasado 11 de julio, NOPHOTO ha decidido documentar la evolución del verano más inhóspito y desalentador de nuestra historia reciente. Por si después de éste ya no hubiera otro. Por si desaparece de nuestras vidas el verano. Este blog narra por tanto un estado de inquietud. Sus contenidos son frágiles y discontinuos, asociados a la naturaleza precaria de los tiempos que vivimos. Pretende describir y rememorar las emociones de esa experiencia en vías de extinción que llamamos verano.

Hoy es uno de septiembre, primer día del calendario laboral 2012-2013. Declaro, conjurando aquellas célebres palabras del escritor Robert Walser, “que es una hermosa mañana y que me viene en gana dar un paseo (…) Que me encuentro en un estado de ánimo romántico-extravagante que me satisface profundamente”, por lo que me he propuesto caminar hasta un parque cercano con la intención de permitir vagar libremente a mis pensamientos por si me asaltara alguna idea aprovechable de cara a la temporada que hoy empieza.

Aún no he recorrido la avenida que da acceso a los jardines del parque, cuando me sale al encuentro un joven vestido con indumentaria de torero: pantalón ceñido, chaquetilla y medias. La circunstancia es tan insólita, que me dispongo a formalizar un retrato del joven. “¿Podría -pregunto con timidez- hacerte una fotografía?”

Mientras compongo el retrato, cavilo sobre las circunstancias que han traído a este torero -si lo es- hasta el parque. Me pregunto si ha tomado conciencia -como yo he tomado- de que hoy es el primer día del mes de septiembre y ha venido -igual que he venido yo- a reflexionar sobre sus circunstancias y su futuro inmediato. Me inquieta entonces imaginar que en el retrato del chico pudieran quedarse grabados sus pensamientos. Que del mismo modo en que la cámara registra cada costura de los bordados de su camisa barroca, se dibujen con idéntica nitidez los pliegues de los desvelos instalados en el interior de su cabeza.

“¿Quedan fotografiadas las preocupaciones dentro de la cavidad ósea del cráneo?” -me pregunto en voz baja-.

Tras la brevísima sesión de fotos me descubro desbordado por este asunto: el de las ideas fotografiadas. Ahora contemplo a los demás paseantes del parque con otros ojos: Un hombre se ha abrazado a un árbol, “¿porqué lo hace? ¿en qué pensará?” Una pareja que camina cogida del brazo se ha detenido a la sombra de un seto. El hombre se ha percatado de que les fotografío. Ella no. La mujer parece que está contemplando otro universo, el paisaje del lado anverso del rostro, un horizonte de manifestaciones por debajo de la bóveda del cráneo.

Y es que hoy no es cualquier día. Es día uno del mes de septiembre: Suben el IVA y el IRPF, entra en vigor una violenta reforma sanitaria… Veo a un padre con su hijo en brazos e imagino que estará valorando el encarecimiento de los productos y servicios escolares, los importantes recortes en becas y ayudas para la enseñanza pública. A todo esto hay que sumar las otras ansiedades que nos ocupaban con anterioridad: el abaratamiento del despido, el copago, el endurecimiento de las prestaciones por desempleo… En fin, que la realidad deviene cada día más tóxica y hostil para todos.

“Soy actor” -me confiesa el chico del traje de luces cuando me ve salir del parque-.

“Mucha mierda” -le respondo-.

Laia aún no habla, pero es evidente que entiende lo que decimos. Cuando escuchó que planificábamos el final de las vacaciones, nos animó a jugar con ella:

“¿Dónde está Laia?”

Mi padre: Mira, está bajando la niebla de Somao.

Pepe: Qué dices, oh! Es Ángeles, que está quemando el arroz con leche.

En las playas donde la erosión aún no ha disgregado a las rocas en partículas de arena y polvo, disfruto husmeando entre las piedras en busca de un canto rodado que sea diferente de los demás, bien por su forma única, bien por su color original. Muchos veranos atrás, cuando era niño, jugaba con mis primas a encontrar “piedras preciosas” que en realidad sólo eran los plomos de los pescadores arrastrados por la marea hasta la playa, o fragmentos de cristal de botella redondeados a causa de la sedimentación.

Todavía hoy encuentro un placer enorme en el ejercicio inagotable de buscar algo, imagino que motivado por estas experiencias infantiles. Incluso me parece que mi actividad fotográfica es una ramificación natural emparentada con aquellas exploraciones incipientes donde se ponía en juego la emoción de salir a buscar un tesoro.

Motivado por esta voluntad de revolver entre las piedras, encontré en Facebook -esa gran acumulación de multiplicidades que esperan ser vistas- un relato autobiográfico que a mi modo de ver es raro; diferente de los contenidos habituales que circulan por las redes sociales. Me llamó la atención porque su singularidad proyectaba un malestar que no parece exclusivo de un solo individuo. Es el relato de un desasosiego colectivo. Dice así:

“Que noche más horrible, llevo despierta desde las cuatro de la mañana, y no creo que vuelva a dormir en lo que queda de verano. Primero, un mosquito que vive en mi habitación, y esta noche se ha hinchado conmigo. Como se ha fundido la luz de mi cuarto, no podía levantarme a oscuras para intentar encontrarlo y matarlo, que era exactamente lo que deseaba hacer, y como la vibración del bicho me estaba volviendo loca, sólo se me ha ocurrido la genial idea de taparme enterita, y asfixiarme con el edredón; teniendo en cuenta que ha sido la noche más calurosa del año, por supuesto, imposible volver a dormir. Ha sido entonces, cuando he escuchado los gritos de mi hermano, que está pasando unos días en mi casa, y se ha levantado, sonámbulo, como siempre, y ésta vez, le ha dado por empezar a sacar los muebles de la habitación donde duerme y llevarlos al salón. Estoy alucinada: Entre otras cosas, tengo un sillón de ordenador, exageradamente grande, el cual era imposible de mover del sitio donde estaba, y bueno, pues ahora ahí lo tenemos, en mitad del pasillo. Y eso, que cuando mi hermanito me dijo que venía, quité todo lo que había por en medio para que no se hiciese daño cuando, dormido, sale corriendo por la casa, llevándose todo lo que encuentra por delante, gritando y suplicando, que por favor, no le maten. En fin. De vacaciones en familia.”

En lo que llevo de verano he tropezado hasta tres veces con el mismo escarabajo. Sé que es el mismo porque son encuentros recurrentes que se repiten idénticos a una hora precisa en un lugar concreto. La especie -ciervo volante- se caracteriza por un dimorfismo sexual muy marcado, así que es incuestionable que el escarabajo con el que me cruzo es una hembra. He averiguado que pertenece a la familia de los lucánidos y que se le considera el de mayor tamaño de Europa. También que su vida, tras la metamorfosis, oscila entre quince días y un mes. Esto quiere decir que cuando la hembra de escarabajo y yo nos vimos por primera vez -el 3 de agosto, lo recuerdo como si fuera ayer- ella era una adolescente robusta; y que si pasados unos días nos volvemos a encontrar, ella será una anciana que habrá completado su ciclo vital y yo estaré haciendo las maletas para regresar a mi piso en Madrid.

Como existe una relación de simetría evidente entre el curso de su vida y el transcurso de mis vacaciones, he introducido al insecto en un tarro de cristal para fotografiarlo. Una vez lo tuve aislado, desprendido de su entorno, me pasmó la imagen de unicidad que proyectaba. Tiene la singularidad de aquellos elementos esenciales que nos sirven para dimensionar las cosas. Lo que me lleva a pensar que el ciervo volador pueda ser una forma substancial irreductible del verano: Una “esencia”, si lo expresamos en términos metafísicos, o una “unidad estival” si lo nombramos desde el pensamiento matemático.

De cualquier manera, lo cierto es que el escarabajo y yo hemos superado el ecuador del enigma que secretamente estamos compartiendo. Los dos somos cómplices del mismo sueño: llámalo vida, llámalo verano.

“Queridos M. y J.: Desde este lugar a orillas del Mediterráneo al que ya somos asiduos, os pongo unas letras para enviaros nuestra sincera y cariñosa felicitación por vuestra próxima boda. (…) Hoy día quince habréis tenido comida familiar lo que me ha traído a la memoria aquellas fabes que solíamos degustar bajo algún árbol o en el porche durante unos años en los que os veíamos crecer. Todo va pasando y es un gusto saber de vosotros por estas cosas. Espero que vuestra hija esté disfrutando de Muros y que vosotros tengáis unas buenas vacaciones que os permitan el regreso a Madrid bien cargados de energía.

M. y C., junto a sus hijos, han pasado una semana con nosotros y ha sido un gran disfrute. I. le dijo al director del hotel que, de lo que él conocía, este es el mejor hotel del mundo. El director casi daba saltos de alegría… hoy me ha dicho por teléfono que si puede volver el próximo año y, para no explicarle lo de la crisis le he dicho que sí.

Bueno, ahora nos iremos a dar un paseo. (…) Espero que en Madrid encontremos un hueco que nos permita vernos. Besos.”

 

El “paisaje”, antes de adquirir un significado estético, tenía un sentido jurídico y político. Fue en el siglo XVII cuando se hizo clásica la fórmula de representar un territorio desde un punto de vista elevado, lo que evolucionaría hacia una progresiva estetización del mundo. Pero antes de imponerse esta norma, el paisaje era la provincia, la región. Algo equivalente a lo que nosotros hoy consideramos la comunidad. Es decir, no solamente comprendía la descripción de las propiedades físicas de un lugar, era al tiempo una transcripción de sus recursos humanos y económicos.

¿Y a cuento de qué viene esto?

La primera obligación del fotógrafo consiste en detectar aquellos signos que nos permiten descifrar el mundo en el que vivimos. Algunos historiadores han señalado que leer el paisaje constituyó tiempo atrás un patrimonio común. Artistas, filósofos, arquitectos, médicos, ingenieros, geógrafos… todos compartían una misma percepción de la realidad, se puede decir que participaban de una análoga actitud cognitiva frente a los signos del mundo. Por esta razón el “paisaje” era una idea completa, capaz de integrar aspectos naturales (árboles, rocas, ríos) y aspectos humanos (sanidad, trabajo, economía). Hoy día, los signos del mundo están desparramados. A esta circunstancia -el desparrame de los signos- se le puso el nombre de Postmodernidad y su paisaje comenzó a representarse roto en mil pedazos (René Magritte lo pintó en 1933 como los trozos de cristal de una ventana hecha añicos). Podemos suponer que hoy leer el paisaje resulta mucho más difícil de lo que era entonces. Que nuestro panorama actual es una enorme montaña de escombros y que el trabajo del fotógrafo consiste en disgregar aquellos componentes de información con valor paisajístico (esto es: económico, político, ideológico), frente a lo que no son más que restos de materia insubstancial en descomposición.

En esta ocasión, me ha parecido oportuno incluir este gráfico publicado el jueves pasado en el diario El País. La noticia -os podéis imaginar- hacía referencia a la crisis alimentaria y se pronosticaba otra hambruna en el Cuerno de África. No es una pintura. Tampoco es una fotografía. En la imagen no vemos ningún elemento de la iconografía paisajística convencional: valles, montañas, bosques y acantilados. Sin embargo se perfila con claridad el horizonte de lo que tenemos por delante.

Esto sí es un paisaje. Podemos decir haciendo un guiño al ya mencionado René Magritte, que lo pintó todo.

“Nada, sólo es pan.

Pan del día anterior.

Se parte en rodajas y se amuga en leche y azúcar.

Luego se rebozan con huevo y se fríen.

Y ya está.”

 

Erundina vive en Muros de Nalón, Asturias. Tiene 71 años, “72 para el mes que entra”. Es una cocinera maravillosa. Sus torrijas son capaces de curar todas las penas.

Cuando el abuelo se quitó las gafas, su nieta lo miró con reparo. Era otro.

Laia, que aún no ha cumplido dos años, ha dibujado un pensamiento sobre el bordillo del jardín de casa. Lo ha dispuesto en una hilera de enigmáticos caracteres realizados con pajitas de plástico. La secuencia, confeccionada con materiales sintéticos contemporáneos, tiene una factura primitiva que evoca las representaciones rupestres de los hombres de las cavernas. Imagino que en su gesto infantil hay una determinación antiquísima: La invención de la escritura.

Lo que Laia ha escrito, si albergaba algún sentido, lo dispersó un soplo de viento en un instante.

Será interesante, en unos años, comprobar en qué medida la crisis nos ha calado -literalmente- hasta los huesos. Alguien del futuro, un antropólogo o un historiador del arte, determinará que nuestro lenguaje corporal se modificó a raíz de la gran recesión de principios del siglo XXI. ¿Caminamos de forma diferente a como lo hacíamos hace una década? ¿Sonreímos de otra manera?

Al examinar estéticamente una fotografía, lo normal es que la primera observación incida en el tópico de “la mirada”. Es decir: el punto de vista, la intención del fotógrafo. De Dorothea Lange, por ejemplo, siempre se ha destacado el “orgullo y la dignidad” con la que retrató la miseria en Estados Unidos durante la depresión en la década de 1930.

Lo que trato de precisar no tiene que ver con la conducta del fotógrafo, sino con la del fotografiado. No somos conscientes, pero esto ya ha sucedido: La crisis ha alterado nuestra visión del mundo al tiempo que ha repercutido sobre nuestra fisonomía. ¿Ha observado usted si su cuerpo rectifica de postura al caminar o cuando sube escaleras? Probablemente ahora ríe y se lamenta -cotéjelo con el espejo- de otra manera. Compruebe también si esa mueca involuntaria tan característica en su rostro ha sido sustituida por otra nueva. Aún no lo vemos, porque la crisis está dentro del cuerpo, pero lo verán las personas del futuro. Téngalo en cuenta estas vacaciones si se hace alguna foto.

El plan de hoy, encontrar un mamut que se esconde en Barcelona.

Ayer estuvimos con el fotógrafo Jordi Bernadó en Poble Nou, antigua área industrial de Barcelona reformada en el año 92 con motivo de los juegos olímpicos. El plan era visitar su estudio -Jordi nos lo había propuesto en otras ocasiones-.

El estudio de Jordi se encuentra dentro de lo que se conoce como Centro de Producción Artística Palo Alto, un antiguo complejo industrial de manufactura textil hoy transformado en fundación para la promoción de actividades culturales y artísticas. En este complejo conviven diecinueve estudios. Diferentes en su actividad (hay arquitectos, diseñadores, artistas, empresas audiovisuales…), comparten un mismo proyecto: arrebatar a la ciudad -y a sus circunstancias sombrías actuales- un espacio para el pensamiento, la investigación y la creación.

Palo Alto es un recinto alegre y luminoso. Su interior se configura en torno a una agrupación de patios asimétricos revestidos por plantas enredaderas y una variada vegetación de especies suculentas. Recorriéndolos, uno se siente transportado a una región primitiva y remota de la realidad. Tiene algo de jardín botánico, de artificio, de improbabilidad.

Jordi, naturalmente, también es una persona alegre y luminosa. En el transcurso del paseo que daríamos después, manifestó que somos un país enormemente creativo. “¿Lo crees de verdad?” -pensé yo-.

Antes de despedirnos, Jordi nos hizo esta foto de familia en un rincón de su refugio de Palo Alto. No suele fotografiar personas, sin embrago compuso para nosotros este retrato tan particular.

Ahora que lo pienso con detenimiento, me parece que tenía razón, que somos creativos.

Aquí llegan las chicas al rescate!

Nos vamos a la piscina. Estamos ya de vacaciones.

Reinvéntate, recíclate, emprende. Precisamente ahora es el momento. Arriésgate. Sé creativo. Los medios de comunicación lo recomiendan. Saca partido a tu crisis, ten un plan B, sé otro.

Lo mismo da los años que lleves estudiando Arquitectura, que seas licenciado en Historia del Arte o doctorado en Matemáticas. Eso no importa. Lo relevante es lo otro, aquello en lo que no te has formado, lo que no querías ser.

Yo ya lo tengo, me refiero a lo que no quería ser, al plan B. No quería ser empresario, así que voy a lanzarme con mi propia empresa: fabricaré banderas de España. Si usted es despierto como lo soy yo, habrá detectado que de un tiempo a esta parte están por todos lados. Vamos, que hay mercado. Como además de despierto también soy un visionario, las voy a confeccionar en formato colosal, como las de la fotografía. Le aseguro que esta talla de bandera será tendencia en pocas semanas, me las quitarán de las manos.

Ahora en serio… la retórica del visionario con ideas, que se la vendan a otro. Por favor, no me den más la paliza con el “recíclate”. Que sean creativos y tengan ideas los gobiernos, que se reinvente el sector financiero, que los especuladores se conviertan en “otros” -y cuanto más “otros” sean éstos últimos, mejor-. Yo estaba haciendo las cosas razonablemente bien. Mi trabajo me ha costado.

Acabo de leer en un diario digital que un biofísico de Harvard ha creado una medusa artificial con silicona y células de músculo de rata. Al parecer, se mueve a impulsos y es tan gelatinosa como si fuera real.

¿No sería posible trasladar este propósito y sus fundamentos al universo de los seres humanos? Tal como están las cosas, se me ocurre que podríamos intentar componer un superávit de silicona con partículas de déficit presupuestario. O bien, fabricar un fármaco para la despreocupación con corpúsculos de ansiedad de las personas en paro.

El pasado día 19 realicé esta fotografía desde la ventana de un hotel en Cantabria. La escena del grupo de chicos caminando hacia la playa me hizo recordar un mes de agosto luminoso de mi adolescencia. Parece un verano cualquiera. Pero la imagen está compuesta con menudencias de un verano de mierda.


A costa de atentar contra la vida de los otros, proliferan -en el perfecto caldo de cultivo de la crisis financiera- los saqueadores más obscenos que uno pueda imaginar.

Esta mañana, hemos visto a Nellys desolada. La agencia de viajes que debía de tramitar su vuelo a Santo Domingo (Viajes Omega) había desaparecido. Los encargados de la misma huyeron con el dinero de cientos de personas, en su mayoría nativos de República Dominicana y de Ecuador que llegaron a España antes de la crisis buscando trabajo. Después de decenas de meses ahorrando, han arrebatado a Nellys los planes que tenía de reencontrarse con sus hijos este verano. ¿Se puede profanar algo más sagrado?

Nellys Challas (42 años), dominicana con nacionalidad española, reside y trabaja en Madrid desde el año 2006. Ha cuidado de Laia, mi hija, durante todas las mañanas en el transcurso del último año.