Mi abuelo materno y mi padre me enseñaron los rudimentos del dominó cuando yo era pequeño. Desde entonces no había vuelto a jugar hasta que conocí a A., experta jugadora de la larga saga de grandes jugadores que es su familia. Hoy, como todos los domingos, después de comer se monta la partida. Se retira vasos, platos, cubiertos y sobre la mesa de formica se empiezan a jugar varias partidas que se alargarán hasta la hora de cenar. Gracias a A, a su padre, tíos y abuela, ahora juego medianamente bien. Me gusta mucho pasar la tarde del domingo disfrutando de este juego tan antiguo del que no se sabe realmente su origen. Hay una gran discusión sobre este tema, a mi me hace gracia una historia un poco absurda y poco fiable que cuenta lo siguiente: en la antigua China, cuando un emperador mandarín quiso tener un juego que rivalizara con el ajedrez que habían inventado los hindúes, mandó a sus súbditos que se inventaran uno. Al final fue un zapatero el que, utilizando las suelas de los zapatos, fabricó las fichas e inventó el dominó. Lo más divertido de esta historia es que cuando le preguntaron el nombre de este juego, él, que era gangoso, dijo que lo llamaran domingo ya que era el día en el que lo había ideado y fabricado, pero la letra “g” no llegó a oídos del mandarín, por lo que lo bautizó como dominó.
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