A. lleva 50 años cortando el pelo en mi barrio y, desde hace 30, a mi una vez en invierno y otra en verano. Uno de los primeros recuerdos nítidos que tengo es estar subido en una balda de madera que colocaba entre los brazos del sillón mientras me tranquilizaba ante mi temor a las tijeras. A. es buena gente, todos en el barrio le saludan respetuosamente y siempre está trabajando rodeado de amigos que le acompañan constantemente. En esta última visita le pregunté si se iba de vacaciones y me respondió simplemente que no, que este año no cerraba. Se hizo uno de esos largos silencios, extraños e incómodos, que tanto se producen en esta última época. Sin embargo al poco continuamos charlando amigablemente. A. siempre está al pie del cañón, un año más, pase lo que pase, hasta que el cuerpo aguante.
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