Mis relaciones con la caza siempre han sido en verano y siempre han estado inducidas por mi entorno. He tenido encuentros con renacuajos, serpientes, lagartijas, conejos, jabalíes, rabilargos o ardillas. No puedo presumir de haber sido un buen cazador aunque genéticamente estaba sobradamente preparado. Los animales siempre me han dado pena y miedo y podría definirme sin vergüenza como un auténtico cobarde.
Hoy mi cuñado Marcos se ha llevado a los niños a cazar cangrejos al río. Los cangrejos de río tienen una historia paralela a la de los hombres. Primero los arroyos estaban ocupados por los cangrejos autóctonos. Después se introdujo en el ecosistema el llamado cangrejo americano y acabó con el autóctono. Ahora un nuevo cangrejo llamado señal ha echado al americano. Después vendrá otro cangrejo más fuerte y luego otro y así toda la vida. Los hombres, como los cangrejos, desde el principio de la evolución nos hemos dedicado a invadir otras tierras y a joder a los demás. Así ha sido siempre y así será.
En muchas zonas se permite cazar el cangrejo señal. En realidad es una maniobra para exterminarlos. Nadie tiene pena de una especie invasora como esta que además es caníbal. Nosotros hemos cogido los cinco cangrejos y los hemos soltado unos kilómetros hacia abajo en el río Lozoya. No los hemos matado pero los hemos condenado a un exilio forzado en un tramo de río desconocido para ellos. Ha sido una maniobra parecida a la que los hombres hicieron con Moisés.
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