Será interesante, en unos años, comprobar en qué medida la crisis nos ha calado -literalmente- hasta los huesos. Alguien del futuro, un antropólogo o un historiador del arte, determinará que nuestro lenguaje corporal se modificó a raíz de la gran recesión de principios del siglo XXI. ¿Caminamos de forma diferente a como lo hacíamos hace una década? ¿Sonreímos de otra manera?
Al examinar estéticamente una fotografía, lo normal es que la primera observación incida en el tópico de “la mirada”. Es decir: el punto de vista, la intención del fotógrafo. De Dorothea Lange, por ejemplo, siempre se ha destacado el “orgullo y la dignidad” con la que retrató la miseria en Estados Unidos durante la depresión en la década de 1930.
Lo que trato de precisar no tiene que ver con la conducta del fotógrafo, sino con la del fotografiado. No somos conscientes, pero esto ya ha sucedido: La crisis ha alterado nuestra visión del mundo al tiempo que ha repercutido sobre nuestra fisonomía. ¿Ha observado usted si su cuerpo rectifica de postura al caminar o cuando sube escaleras? Probablemente ahora ríe y se lamenta -cotéjelo con el espejo- de otra manera. Compruebe también si esa mueca involuntaria tan característica en su rostro ha sido sustituida por otra nueva. Aún no lo vemos, porque la crisis está dentro del cuerpo, pero lo verán las personas del futuro. Téngalo en cuenta estas vacaciones si se hace alguna foto.
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